
A inicios de 2025, el mundo volvió a conmocionarse con las imágenes de los megaincendios forestales en California, Estados Unidos. Día tras día, los noticieros y redes sociales mostraban el avance implacable del fuego, consumiendo cientos de hectáreas, desplazando comunidades enteras, afectando la salud de miles de personas y dejando secuelas ambientales irreparables.
Pero esta situación no es exclusiva del norte del continente. En México, los incendios forestales han ido en aumento de forma alarmante. Según datos del Sistema de Monitoreo de Incendios Forestales de la Comisión Nacional Forestal (CONAFOR), en 2022 se registraron 6,719 incendios que afectaron más de 735 mil hectáreas. Dos años después, en 2024, esa cifra escaló hasta 8,002 incendios, dañando más de 1.6 millones de hectáreas: un récord histórico de superficie quemada en el país.
Las zonas más afectadas
De acuerdo con los registros, más de la mitad de los incendios del 2024 se concentraron en cinco estados:
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Estado de México
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Ciudad de México
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Jalisco
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Michoacán
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Chihuahua
Los meses más críticos son abril y mayo, aunque también se presentan siniestras temporadas entre enero y marzo, e incluso, en algunos años, se extienden hasta julio.
¿El fuego siempre es dañino?
Pese a los enormes daños visibles, el fuego no siempre es sinónimo de desastre, explica el doctor Christoph Neger, investigador del Instituto de Geografía de la UNAM. El estudio del fuego, afirma, es sumamente complejo. Aunque puede destruir comunidades, ecosistemas y biodiversidad, el fuego también cumple una función natural importante en muchos ecosistemas.
En condiciones controladas, el fuego permite que algunos sistemas naturales se regeneren, y en muchas regiones rurales, sigue siendo una herramienta ancestral usada por comunidades locales en prácticas agrícolas y ganaderas.
Gobernanza del fuego: una tarea urgente
La clave para evitar tragedias está en una gobernanza del fuego efectiva, que no solo se base en apagar incendios, sino en comprender su origen, su comportamiento y su rol en la naturaleza. Esto implica:
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Educación y capacitación comunitaria
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Monitoreo y prevención temprana
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Regulación del uso del fuego en actividades rurales
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Coordinación entre gobiernos, comunidades y científicos
El reto es enorme. Pero si queremos proteger a las personas, al medio ambiente y al patrimonio natural, la planificación, la prevención y el conocimiento del fuego deben convertirse en políticas públicas prioritarias. Porque evitar desastres ya no es una opción, sino una necesidad urgente.